lunes, 12 de diciembre de 2016

'El Gobierno cubano no sabe manejarse con el poder blando'

'El Gobierno cubano no sabe manejarse con el poder blando'


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Manuel Cuesta Morúa en la Casa Blanca. (DDC, Washington)
El pasado 5 de diciembre, el opositor Manuel Cuesta Morúa fue premiado en reconocimiento a sus ideas democráticas por el centro de estudios políticos Wilson Center, de Washington. Morúa, quien ha sido detenido en múltiples ocasiones por defender los derechos humanos y organizar reuniones de oposición en La Habana, coordina en la actualidad la Plataforma Ciudadana #Otro18 para buscar reformas electorales en Cuba, y pertenece a la Mesa de Unidad de Acción Democrática.
Durante su estancia en Washington, conversa con DIARIO DE CUBA sobre las relaciones entre Cuba y EEUU tras la muerte de Fidel Castro y la elección de Donald Trump.
Señor Morúa, hace unos días se reunió en la Casa Blanca con el señor Mark B. Feierstein, asesor especial del presidente Obama para el Hemisferio Occidental. ¿De qué se habló en la reunión?

En la conversación, bien distendida, se abordaron cinco temas. Todos cruciales en el futuro inmediato.
Primero, hablamos de las perspectivas generales de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos bajo la administración Trump. La incertidumbre de lo que ocurrirá y cuáles serán las líneas maestras de su política hacia Cuba, más allá de lo que ha dicho en 140 caracteres. Lo nuevo aquí, como dato político, es que no se trata de una administración republicana convencional, sino de un candidato que se ha presentado como un hombre antiestablishment. De modo que cabe esperar.
Segundo, conversamos sobre el legado cubano de la administración Obama, cuyo concepto esencial es promover un nuevo enfoque, más complejo, para promover paralelamente la democratización de Cuba y el respeto a los derechos humanos, su inserción en las Américas y su modernización económica, a través de lo que concibe como un empoderamiento de la sociedad civil.
¿No le parecen señales claras de lo que vendrá en lo referente a la política de EEUU hacia Cuba y al legado de Obama, las declaraciones de Trump llamando 'brutal dictador' a Fidel Castro y los nombramientos de cubanoamericanos de línea dura en el equipo de transición?
Si algo caracteriza a Trump es su desplazamiento retórico. Puede decir lo que cree necesario decir, sin que eso comprometa sus acciones posibles. Pagar tributos verbales es natural cuando se ha recibido apoyo del elector. Hay muy poca distancia entre las elecciones en Estados Unidos y la muerte de Fidel Castro. De todos modos, si juzgamos al nuevo presidente-electo norteamericano por sus palabras y tuits, está claro que estaríamos retornando al lenguaje de la Guerra Fría, cómodo y estructural para el régimen cubano.
No obstante, la política de Estados Unidos está mediada por intereses geoestratégicos que van a amortiguar necesariamente las líneas duras de acción. Y también por compromisos geopolíticos: si eres amigo de mi amigo, no necesariamente tienes que ser mi enemigo. Trump es amigo de Putin; Putin lo es de Raúl Castro. ¿Se convertirá necesariamente Trump en el enemigo? Putin es el mejor protector que Castro II puede tener dentro de la nueva red global de autoritarismos exitosos. Lo que vuelve a exponer el problema que venimos arrastrando hace más de un siglo: la incapacidad de nuestras clases políticas en el poder para trazar un rumbo estratégico independiente en la arena mundial.
¿Qué otros temas tocó en la Casa Blanca?
Hablamos de la posibilidad de forjar una coalición bipartidista contra el embargo, que al mismo tiempo siga apoyando y dando visibilidad a los pro demócratas cubanos, y la de trabajar también con la administración entrante sobre la base de los intereses mutuos de seguridad nacional, un concepto que atañe a la ciudadanía. Es interesante ver cómo en el Senado de Washington se cuenta con 52 votos para levantar, por ejemplo, la prohibición de que los norteamericanos viajen a Cuba; un punto en una agenda mayor que pasa por los intereses de amplios sectores empresariales que tienen claro la inutilidad del embargo para todos los intereses, incluyendo el tema de la democratización cubana.
Otro punto abordado, que se relaciona con el anterior, fue lo difícil que resultará darle un giro de 180 grados a la política iniciada por la Administración saliente. Con independencia de la lentitud de los cambios por la parte cubana, ya se han estrechado vínculos importantes en términos económicos.
Los vínculos económicos podrían ser menos importantes de lo que parecen. Por ahora, no hay ni una sola inversión norteamericana de peso en la Isla. Los cruceros y los hoteles cobran en EEUU, no son inversiones.
Todo es muy fluido. Aún no hay inversiones, pero los vínculos económicos tienen una importante veta en lo comercial. Yo no estaría muy seguro de que con Trump se reduzcan estos vínculos comerciales. Su reducción o ampliación dependen del Gobierno cubano, no necesariamente de Trump. Los vínculos comerciales no empezaron con Obama, sino con Bush. Obama los amplió, otorgando otras facilidades y exenciones dentro de un enfoque más abierto y constructivo, de engagement.
Habría que ver si Trump, de volver atrás, revertiría una política implementada por los republicanos, en quienes tiene que apoyarse para gobernar con cierta tranquilidad. Esto me lleva a otro límite. Los intereses comerciales que más empujan por mantener y por ampliar sus vínculos con Cuba están representados por los republicanos más conservadores. Digamos que los intereses económicos del lado demócrata, las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación y cierto sector financiero, no muestran demasiada prisa para negociar con Cuba. Estos últimos exigen una reforma estructural más profunda para poder operar con seguridad en nuestro país. De manera que, económicamente hablando, Trump no hará la gran diferencia. Agréguese a esto una oración de cierre que publique en el diario El Clarin, de Argentina: a Trump le puede interesar alguna torre en La Habana. Y este es potencialmente un hecho que está más del lado de lo serio que del jocoso. Por ahí andan los datos de la exploración económica muy reciente de representantes de Trump en la Isla.
Esto entronca con otro tema de los que traté en el diálogo en la Casa Blanca; los peligros de una recuperación del lenguaje de la Guerra Fría después de haber ensayado el poder blando con el régimen cubano.
De una manera más general, también conversamos sobre cómo la mayoría de los cubanos y de los norteamericanos creen y apoyan la continuación de la política de Obama y la necesidad de un diálogo permanente entre la sociedad civil cubana y los Estados Unidos en materia de derechos humanos y libertades políticas. Los Estados Unidos iniciaron un diálogo sobre derechos humanos con el Gobierno cubano y esto está bien. Y es necesario. A fin de cuentas, es el régimen el que da los palos y tiene la fuerza para hacerlo. Desafortunadamente. Sin embargo, instalar y facilitar un diálogo oficial y público en esta materia entre el Gobierno estadounidense y la sociedad civil cubana, y entre las sociedades civiles de ambos países, es crucial para la dimensión cívica de los derechos humanos.
Eso de que la mayoría de los cubanoamericanos apoya la política de Obama puede ser verdad, pero también lo es el que apoyan la defensa de los derechos humanos y el fin del régimen, algo sobre lo que nunca se les preguntó en esas encuestas preelectorales que se usaron para reforzar la política de Obama, y que luego resultaron un fiasco electoral para los demócratas: el voto cubanoamericano se decantó de forma abrumadora por Trump.
Es interesante. La mayoría de los cubanoamericanos quieren llevar el juego al siguiente nivel: más acercamiento y más apoyo a la causa de los derechos humanos en Cuba. A nivel político esto refleja dos intuiciones claves: apoyar la apertura del lado norteamericano no tiene que significar el debilitamiento del compromiso con la libertad de los cubanos. Segunda: la política pre Obama aportó poco para impulsar, más allá del ámbito simbólico —también importante—, el mejoramiento de los derechos humanos en Cuba. Dicho de otra manera: se puede trabajar a favor de la democracia en Cuba, no apoyar el embargo, y ensayar otros enfoques. También en Estados Unidos.
Ahora bien, que el voto cubanoamericano se haya decantado abrumadoramente por Trump, ¿podría entenderse como que los cubanos en Estados Unidos quieren regresar a la vieja política? No lo creo. Los factores internos en Estados Unidos determinan más en el caso de una elección. Eso incluye a los votantes cubanos, que además son ciudadanos norteamericanos. En todo caso, otras encuestas también son importantes a considerar en el análisis. En Miami-Dade, la mayoría de los cubanoamericanos votó por Hillary, y a nivel nacional también.
Justamente hace unos días trascendió la noticia de que los gobiernos de EEUU y Cuba aceleraban las negociaciones de acuerdos antes de la llegada de Donald Trump al poder. ¿Cómo lee esto? ¿Qué cree que busca el Gobierno cubano?
Por un lado se trata de la continuidad de los diálogos, iniciados entre ambos gobiernos en múltiples direcciones. No sabría si estas reuniones celebradas correspondían a un calendario previo, o si resultan del giro que han tomado los acontecimientos en Estados Unidos después de las elecciones del 8 de noviembre. Coincidencia o no, creo que el Gobierno cubano intenta acelerar en horas lo que tuvo tiempo de realizar durante al menos dos años: profundizar el juego de intereses económicos, y afianzar los vínculos en políticas de interés global, de manera que una reversión, o el intento de reversión del acercamiento por parte de Washington, tenga un costo estratégico de tal magnitud que sirva para disuadir a quienes deciden las políticas.
Si es así, estaríamos hablando de una ventaja de la victoria electoral de Trump: obligar al Gobierno cubano a mover ficha.
Mover ficha no, dejar de perder el tiempo para anclar lo acordado sí. Es decir, seguir moviendo la ficha movida. Mover ficha sería abrir el juego político, que es como la victoria de Trump pretende ser reconducida y leída, y de lo que estamos hablando aquí es de economía pura. El resultado, algo paradójico, sería que La Habana se abriría a lo que parece más importarle a Trump: los intereses económicos.
No es lo mismo tomar decisiones en base a posicionamientos ideológicos o políticos que en base a intereses económicos y estratégicos creados. No por gusto el Gobierno cubano estuvo entre los primeros en felicitar a Trump.
¿Por qué desaprovechó el Gobierno cubano la oportunidad que le brindó la administración Obama y ahora se ve obligado a correr?
Primero, porque el Gobierno cubano no tiene visión de Estado, sino de poder. Su cálculo se basa en una lectura inmediata del costo/beneficio de una relación para mantener su control social. Como su referencia es lo inmediato, todo lo mide exclusivamente en tiempo. En el tiempo lento de la pereza y la falta de imaginación política. A más tiempo de control, mejor para el poder. A menos tiempo, peor.
Segundo, porque fueron sorprendidos, como lo fui yo, por la elección de Trump. Con Hillary, la magnitud tiempo estaba controlada. Aunque Clinton podría haber sido más dura que Obama, su política hacia Cuba implicaba continuidad, como puede leerse en sus propias declaraciones y verse en la plataforma del Partido Demócrata presentada en su Convención en Filadelfia.
Tercero, por poca capacidad de proyección estratégica: en vez de avanzar en un terreno cambiante para afianzar posiciones, se quedaron parados sin percatarse de que, en Estados Unidos, como en casi todas partes en el mundo, los gobiernos cambian, lo que debería convertirse en una ganancia neta, porque nada les obligaría con el Gobierno que viene, y mucho habrían ganado al instalar intereses más profundos.
Cuarto, por inercia. La diplomacia cubana es muy buena para quebrar consensos, vender el producto revolución, y hablar mal de los enemigos. No lo es tanto para construir escenarios estratégicos y moverse en ellos.
Y quinto, no por último menos importante, porque el Gobierno cubano no sabe manejarse con el poder blando. Rompe un termómetro e intenta agarrar los pedazos de mercurio regados por el suelo. Obama hizo lo primero: romperle el termómetro de la Guerra Fría. Y el Gobierno cubano hizo lo segundo: el ejercicio inútil de querer atrapar el mercurio. Actuó entonces como si el termómetro estuviera intacto. Pero Obama ya se va.
Visto en perspectiva, y atendiendo a los ambientes necesarios para un cambio pacífico, sigo creyendo, sin embargo, que la mejor apuesta para apoyar la democratización de Cuba pasa por la combinación del engagement con el poder blando.

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