viernes, 16 de diciembre de 2016

La Navidad que viene

La Navidad que viene


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Un belén ante la catedral de La Habana. (Diciembre, 2013)
Desde la Isla llegan noticias de que el luto pudiera prolongarse todo el mes de diciembre. Hacerse el duelo extensivo a más de 30 días; todo por decreto no oficial, no escrito, como suele ser allí, invisible, y al mismo tiempo de obligatorio cumplimiento. A primera vista, parece algo absurdo en la Isla de la desmesura y el jolgorio impenitente. Y aún más, cuando el último deseo del Máximo Líder fue, según cuentan, no perpetuar su imagen, siempre más mental que física. Y aunque parece ilógico, porque en medio mundo occidental diciembre es un mes de alegrías, de reencuentros, paz y perdón, en Cuba hace más de medio siglo que diciembre fue despojado de todo significado espiritual-festivo.
Todo comenzó en los tempranos años 60, cuando ir a la iglesia o hacer pública la fe se convirtió en estigma. Ser cristiano fue tan pecaminoso como no serlo en una sociedad teocrática. Se ha aducido que fue una respuesta "natural" al enfrentamiento de la Iglesia a la naciente revolución. Este es un tema tan complejo que rebasa las escasas líneas de este artículo.

La realidad es que la "contraofensiva" materialista-marxista, hizo desaparecer universidades, escuelas, hospitales y templos católicos, de los cuales apenas se ha recuperado alguno. Pero lo peor fue trastocar la historia de siglos de cultura cristiana, y donde antes hubo una celebración, una procesión, una cofradía, se sembró en su lugar otra fecha, una marcha patriótica, una organización de masas.
Los católicos, conversos e "históricos", aún están a la espera de mayores estudios provenientes de la Iglesia cubana sobre este fenómeno: cómo pudo un régimen declaradamente marxista, ateo, subvertir, y perseguir —sí, perseguir porque eso fueron las UMAP—, a quienes se decían seguidores de Cristo. Se hace necesario no un mea culpa, sino un análisis profundo de nuestra idiosincrasia y la Iglesia que necesita Cuba porque la realidad es que ya sucedió antes: en pocos años el régimen estuvo a punto de borrar cuatro siglos de cultura y valores cristianos.
Quienes tienen memorias de entonces recuerden cómo de la Nochebuena empezó a decirse que era una celebración de rezagos pequeño-burgueses, de mal gusto, cursi. Sin tener un Grinch tropical a quien culpar, no se decía que celebrar el nacimiento de Jesucristo era malo, sino que el mismo Jesucristo jamás había existido, que la fecha era inexacta, y la cena cosa propia de "gusanos". No debía celebrarse quien trajo la luz al mundo el 24, sino quien la hizo para la Isla el Primero de Enero.
Pero todavía en los 60 creo haber visto sobre la mesa algunas libras adicionales de arroz, de carne, alguna latica de "jamón del diablo" y otras confituras dadas por la libreta de racionamiento. El golpe mortal a la cena, y a cualquier asueto navideño, vino en 1970, cuando se evaporó la festividad junto a la pretensión de producir 10 millones de toneladas de azúcar. Nadie protestó. Nadie se dolió. Abolida la Navidad por decreto, por supuesto, invisible, pero casi de obligatorio cumplimiento.
También los niños de entonces tuvimos nuestro trueque: convencidos de cuajo, de un día para otro, de que los Reyes Magos no existían, no eran hormiguitas sino nuestros propios padres, y los camellos solo existían en el zoológico. Como el que reparte es el que lleva la mejor parte, el 6 de enero no hubo más juguetes, sino el 6 de julio (¿por qué fecha tan intrascendente, o será precisamente por eso?). Ahora la repartición de juguetes no era por toda la casa, a escondidas, sino en un molote organizado tras una rifa, piñasera incluida, limitados a un juguete básico, no básico y otro dirigido para que los niños tuvieran los mismos juguetes de unas manos que ya no eran las de un mago sino de un Rey.
Por fin el Gobierno decidió rescatar el feriado de Navidad, en 1999, algo que por derecho natural y cultura pertenecía el pueblo cubano. Se dijo que fue un gesto hacia Juan Pablo II. Un acto de magnanimidad del régimen, quien concede o no el permiso para estar alegres o tristes, para celebrar o lamentarse.
Quizás con muy buenas intenciones, la Iglesia pensó entonces que era un primer paso hacia una verdadera libertad religiosa, que no es la libertad de culto, sino el derecho de cada ciudadano a propagar su fe en la prensa, la radio, la tv y en escuelas, en lugares públicos y abiertos. Nada de eso ha sucedido ni sucederá jamás mientras el régimen sea quien decida las fechas para la felicidad y la tribulación por decreto, a veces más o menos visible, pero siempre de obligatorio cumplimiento.
Por ahora diciembre continuara siendo, en apariencia y para la mayoría de los cubanos, un mes como otro cualquiera, solo con la particularidad de ser el fin de año. Un año próximo muy singular pues estaremos ante grandes enigmas a partir de enero.
Habrá que dejar entrar en el corazón de cada uno la Natividad del Salvador para que vuelva diciembre a ser el mes de la alegría, del perdón, de la reconciliación. Y acaso la Nochebuena de este diciembre se celebre con silencio en las calles cubanas, por decreto; y contradictoriamente, como suele suceder en la Isla, comience a celebrarse al interior de los hogares la Navidad que viene.

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