lunes, 4 de abril de 2016

Obama y la caída de los imaginarios

Obama y la caída de los imaginarios

Barack Obama durante su visita a La Habana. (RFERL.ORG)
Sin tiros, amenazas o invasiones militares, llegó y partió de Cuba el presidente número 44 de EEUU, Barack Hussein Obama. Los cubanos en distintas latitudes
hurgamos las pantallas y nos hicimos al inevitable debate sobre las motivaciones, las reacciones y, ya más recientemente, los efectos de la visita. Más allá de las imágenes y los discursos, el fin del antagonismo con "el Norte revuelto y brutal", sacude como un terremoto invisible imaginarios que han definido nuestras narrativas nacionalistas. Entre ellos, la relaciones Cuba-EEUU, el lugar del no-blanco en el ideario nacional y  cuál es la coalición bajo la cual es definida la nación.
Los patriotas cubanos, desde Saco hasta los Castro, han entendido nuestra cercanía a EEUU como eje de nuestro destino político y económico. El pánico de que la Isla se convirtiera en un segundo Haití, junto a las aspiraciones de mayores libertades comerciales y políticas de la elite criolla, hizo atractiva a los capitalistas cubanos del siglo XIX  la alianza con el norte. EEUU venía deslindándose como faro de modernidad en el mundo industrializado, mientras el Imperio español se tambaleaba, con la independencia de las naciones latinoamericanas y con un resentido despecho por las nuevas disidencias internas y externas. 
Las guerras independentistas y la formación de la primera gran oleada de la diáspora cubana en EEUU catalizaron el entendimiento de las posibilidades y amenazas concretas que representaba el creciente imperio. La amenaza se manifestó completamente con la invasión estadounidense de 1898,  y la garantía intervencionista que representó la rúbrica de la Enmienda Platt en 1901.  Las protestas de patriotas como Juan Gualberto Gómez, Enrique José Varona, Rubén Martínez Villena y Julio Antonio Mella solidificaron la corriente antimperialista claramente establecida por José Martí. 
La invocación de esta tradición antimperialista ha sido fundamental  en la narrativa nacionalista  de la revolución cubana e instrumental para galvanizar una coalición internacional,  con el campo socialista,  los movimientos de liberación en África y la izquierda internacional.
Pero ahora el Norte ha aterrizado en el aeropuerto José Martí. La ausencia de Raúl Castro al pie de la escalerilla recordó las tensiones bajo las que se ha hecho a la mar el barco de la reconciliación. Para espanto de mi antiguo profesor de Preparación para la Defensa, los insulares no corrieron al refugio. A pesar de las "seguridades" mancomunadas, la gente del pueblo se agolpó en calles, ventanas y balcones, llena de júbilo y emoción incontenida.  Hasta el momento, la doctrina de Obama para con Cuba parece suspender el intervencionismo de la Doctrina Monroe. Bajo un aura de carismática diplomacia, el nuevo "soft power" obviamente edece a lógicas más sutiles y ágiles de la geopolítica y el capitalismo tardío. Para ellas nuestros discursos nacionalistas no han estado preparados. Barack Hussein Obama avanza imperturbable a pesar nuestras demandas, nuestras crisis o nuestros insultos políticos.
Desde los inicios de su candidatura a la presidencia de EEUU  Obama ha lidiado con el escrutinio de sus detractores. No ha sido escaso el racismo cuestionando su capacidad para gobernar, sobre su supuesta adscripción al Islam o sobre la veracidad de su certificado de nacimiento. Inaugurado como presidente de la nación más poderosa de la tierra, su retórica sobre el asunto se ha contenido, no ha sido este el caso de la óptica La primera familia ha proyectado una impecable imagen de respetabilidad sin sacrificar su identificación con la cultura negra de EEUU y la Diáspora.  Recién llegado a la Casa Blanca, y no sin controversias, Obama sustituyó el busto de Winston Churchill por el de Martin Luther King. En sus numerosas galas sociales, los Obama no solo han legitimado la excelencia de pintores, músicos y bailarines negros sino también lo han hecho políticamente correcto.
La labor descolonizante de la familia Obama no podría completarse sin visitar Cuba, donde la castración política del negro ha sido  concomitante a la formación nacional. El cuerpo negro creó las riquezas del criollo blanco, cargó al machete  contra los españoles,  y fue también masacrado en números aún desconocidos en 1906 y en 1912, cerrando con sangre una centuria de lucha por derechos civiles en el marco de la nación.  La supuesta invalidación del racismo bajo la doctrina revolucionaria no ha impedido que la figura del negro siga siendo el símbolo de la barbarie, la incultura y el ridículo nacional.
Dentro y fuera de Cuba, los ofendidos "tradujeron" al racismo criollo el cuerpo negro de Obama y así le vimos desfilar en memes y caricaturas como el negro rumbero, el negro músico, el negro congo y el negro calesero. La caricatura racista sigue siendo un  lugar común para la afrenta, como nos recordaba recientemente el artículo de Tribuna de La Habana: "Negro, ¿tú eres sueco?".
Por suerte, Obama no necesita de un pasaporte sueco para comprar en una boutique con precios prohibitivos, pues simplemente encarna el poder del imperio más poderoso de la Tierra. Sin embargo, todo ese poder no eclipsó su sencillez. Su controversial e informal  "Qué volá" dejó una estela de familiaridad en los barrios más dilapidados de  la ciudad, en los que se agolpa mayormente la población negra. Obama bailó el tango en Argentina, pero no bailó en Cuba, ni fumó tabacos. En cambio, fue a una paladar de propietarios negros, escasamente representado en la nueva clase media, así como exhortó a  una mayor participación de los afrocubanos en las nuevas proyecciones económicas.  
Según los silogismos del racismo criollo, un mulato cubano no iría a Harvard para casarse con una mujer pobre y más oscura que él. Obama, en esta lógica perversa, es cuando menos un mulato paradójico, que en inglés nos convoca a una nueva coalición nacional. A través de Babalú, San Lázaro, Jesucristo y la divina intervención del Santo Padre, el presidente estadounidense número 44 apela a creencias más antiguas y entrañables quizás que las políticas. No en balde Marx las etiquetó como "el opio del pueblo". Según la  Doctrina Obama, en ese opio es posible establecer una nueva comunidad imaginada, una nueva hermandad con más afinidades que diferencias, con más afectos y menos rencores.  Desde su primer tuitazo o la elección de una paladar en un barrio periférico para cenar con su familia, quedó claro que le interesaba más el pueblo que el protocolo. Así se sentó a la mesa de Pánfilo, un personaje que gravita en torno a la libreta de abastecimiento, para jugar el dominó y dejarlo ganar.
El jiujitsu político del Obamazo, a través de sus discursos habaneros, superpuso apelaciones disímiles en su llamado por una Nueva Cuba. Con su propia historia personal, legitimó la necesidad de la protesta y el disenso. "Cuando mis padres se conocieron no hubieran podido casarse en muchos estados de mi propio país, pero gracias a disidentes como Martin Luther King y otros he podido llegar a ser el presidente de  EEUU." Su inclusión sin miramientos del exilio histórico y la disidencia como segmentos necesarios e indispensables de la nación en el futuro supera, lamentablemente, a un régimen que ha sepultado su humanidad con lemas y uniformes. 

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